jueves, marzo 24, 2005

Máscaras


El ser humano se oculta tras máscaras que terminan por convertirlo en un ser muy parecido a los personajes de las tiras cómicas; así pues, la vida se transforma en un sin fin de mentiras por aparentar ante una sociedad o un determinado grupo de personas que nos imponen –incluso inconscientemente– maneras de comportamiento.

Contrario a esta clase de esclavitud, se define la libertad como la posibilidad que tenemos de decidir por nosotros mismos cómo actuaremos en las diferentes situaciones que se nos presentan.

Así, lo más sano para cada ser humano es vivir su vida con sinceridad, comprendiendo que el verdadero conocimiento y el amor por los demás parte del amor por uno mismo. Para terminar, retomo las palabras del psicólogo Walter Riso: “...sin máscaras el rostro se ve mejor, más relajado, dejaremos de vernos tan perfectos como hemos querido aparentar, pero al menos seremos auténticos”.

Ante esto me pregunto ¿Dios me quiere libre o esclavo?

Foto: Og

El principito

El Principito, el libro de Anthony de Saint-Exupéry, narra la historia de un hombre que conoce a un niño en el desierto después de accidentarse el avión que pilotaba.

El pequeño –originario de un diminuto planeta– conoció en la Tierra a un zorro, quien le reveló el secreto de lo realmente importante en la vida: “Sólo se puede ver bien con el corazón; lo esencial es invisible a nuestros ojos”. El mensaje es transmitido al piloto, quien al aprender la lección cambia sus conceptos sobre el mundo y comprende que las apariencias y lo material palidecen si se compara con el amor, la amistad y la espiritualidad. Al final, el hombre logra salir del desierto y el principito regresa a su planeta, no obstante la enseñanza del niño queda grabada en su interior.

Una lección sencilla que, en efecto, la descubriremos si lo hacemos con ojos y corazón de niños. El actual ritmo de vida no nos permite recordar lo que es realmente importante: Cuál es mi propósito y misión en esta vida y cómo encuentro el camino que conduce a la felicidad.

lunes, marzo 21, 2005

Desigualdad social

Hoy día, contemplamos un desequilibrio social en donde prevalecen los intereses personales de unos pocos, que gracias al poder que ostentan en el gobierno o a su posición social y económica, gozan de privilegios que los menos favorecidos no poseen.

La desigualdad social se evidencia en la carencia de necesidades básicas como la alimentación, la vivienda, el vestuario, la salud, la educación, el transporte y la recreación, entre otros. No poseerlos genera que las personas se encuentren limitadas para desarrollar sus capacidades, por lo tanto, es indispensable una política social que beneficie a los más desprotegidos en todos los aspectos y una adecuada asignación de los recursos, además de reformas de orden social y político que garanticen una vida digna para todos los ciudadanos.

La paz no se alcanza con el silenciamiento de los fusiles, se logra con la construcción de una sociedad en la cual las personas puedan vivir respetablemente, ejerciendo sus derechos y cumpliendo sus deberes de ciudadanos.

Por otro lado, es importante comprender que el prójimo, es aquel a quien yo me aproximo. Sólo cuando comencemos a sentir en nuestras entrañas nuestra común humanidad con los demás comenzaremos a sentir como Jesús”, escribió Luis Pérez en su libro “La Opción Entrañable”.

El Che Guevara les dijo a sus hijos “Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”. Seres que sufren nos piden a gritos que los escuchemos y dejemos nuestra insensibilidad, no se trata entonces de renunciar a nuestras comodidades, es buscar mecanismos que promocionen la dignidad del otro.

Para terminar, resalto una frase de Cristian Precht “Solidaridad es el nombre de la mujer que recoge en su casa a los niños que quedaron abandonados en la calle, a pesar de los siete hijos que ya tiene en su ranchito de lata”.

Foto: Og

Juan Salvador Gaviota

Como un claro ejemplo del hombre o la mujer que quiere luchar por sus sueños encontramos a Juan Salvador Gaviota, personaje de la conocida obra de Richard Bach. Éste no era un individuo –en este caso un pájaro– más de la bandada, y aunque intentó comportarse como las otras gaviotas, no lo consiguió. Él tenía un deseo, una obsesión: volar, ir mucho más lejos que las demás aves.

Su empeño en conquistar metas lo llevó a desafiar los límites de la velocidad y descubrió en las acrobacias aéreas el gozo y la belleza. Por irse en contra de las leyes de la bandada fue expulsado de ésta, mas cada día a pesar de los obstáculos superaba lo realizado el día anterior. Así mismo, compartió con algunos de sus hermanos sus destrezas y quiso que ellos también tuvieran la oportunidad de encontrar la felicidad y descubrir la verdad por sí mismos.

–Me da igual lo que piensen. ¡Yo les mostraré lo que es volar!, mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes y hallarás la manera de volar –expresó la gaviota–.
¿Soy un Juan Salvador o soy uno más de la bandada?

domingo, marzo 20, 2005

La globalización del amor

Con todo este cuento del Tratado de Libre Comercio y las nuevas tendencias económicas, escuchamos y leemos en los medios –con cierta frecuencia– informes y artículos relacionados con la globalización, las teorías neoliberales y el acelerado avance de la tecnología, la informática y las comunicaciones, entre otros. Ante esta avalancha de nueva terminología me atrevo a incluir en esta reflexión las expresiones: “la globalización de los buenos sentimientos” o “la globalización del amor” como pilares de una solidaridad verdadera, basada en el vínculo divino con el que sufre y nuestro entorno en general.

A los seres humanos nos ha faltado comprometernos con el que pasa hambre y tiene grandes necesidades materiales: ser solidario. Adicionalmente, el ritmo de vida ha hecho que el hombre se aísle y muchas veces no comparta con la comunidad.

Es indispensable que el ciudadano participe en la vida pública de su país y colabore con la difusión de manifestaciones y actividades que afecten incluso al planeta entero, comprometiéndose de manera activa a “globalizar sus propios sentimientos”.

Foto: Og